Mala madre, mala hija, mala mujer: cómo liberarte de la culpa.

¿Te has sentido alguna vez atrapada en pensamientos como: “Soy mala madre, mala hija, mala mujer”? ¿Ese peso en el pecho, la falta de aire y la ansiedad que te acompaña, mientras tus pensamientos no paran de repetirse: “Debería haber ayudado a mi madre con esto que le causó tanto malestar”, “Mi hijo no sabe solo y yo solo le grité, soy muy mala madre”, o “No quiero que me digan lo que tengo que hacer, pero luego siento culpa por poner límites”?

Si esto te suena familiar, muchas mujeres viven cada día esta sensación intensa y paralizante. La culpa se convierte en un hilo invisible que conecta nuestra ansiedad, malestar físico y agotamiento emocional, atrapándonos en un ciclo de autoexigencia y sacrificio constante. Es un peso que no solo sentimos en la mente, sino que nuestro cuerpo recuerda en cada gesto y respiración. Sentimos opresión en el pecho, tensión en el cuello, un nudo en la garganta, y cada pensamiento sobre lo que “deberíamos haber hecho” intensifica este malestar.

Qué es la culpa y cómo nos afecta

Como me dijo un profesor en la formación de psicoterapia Gestalt: “La culpa no es una emoción, es un sentimiento elaborado que nos dice que nos estamos portando mal y esperamos un castigo”. Escuchar esto me hizo darme cuenta de todas las veces que esperaba ser castigada o me castigaba a mí misma por no cumplir expectativas. Es como si algo dentro de nosotras dijera: “esto no se hace, te has portado mal”, aunque nuestra intención no haya sido herir a nadie.

La culpa activa áreas del cerebro asociadas con la ansiedad, la autorregulación y la evaluación social. Físicamente, se traduce en tensión muscular, opresión en el pecho y dificultad para respirar. Mentalmente, se refleja en un ciclo de pensamientos como "Debí haber estado más pendiente de mi madre", "Mi hijo se merece mejor", "No debería enfadarme, debería ser más paciente".

Cada recuerdo, cada decisión, se convierte en un juicio interno que refuerza la sensación de no ser suficiente.

Por qué las mujeres sentimos más culpa que los hombres

Diversos estudios muestran que las mujeres experimentan la culpa con mayor intensidad que los hombres, especialmente en contextos familiares y emocionales. Esto está relacionado con normas culturales que desde pequeñas nos enseñan a cuidar a los demás, ser amables y estar disponibles. Nos enseñan a asumir responsabilidades que no nos corresponden y a medir nuestro valor por lo bien que cumplimos con estos roles.

La culpa femenina está profundamente asociada con la familia: cuidar de los padres, los hijos, los hermanos y ser siempre la persona que asegura que todos estén bien. Cuando decidimos poner límites, surge la culpa, porque sentimos que estamos rompiendo con lo que “se espera” de nosotras. Esto genera un conflicto constante entre nuestro deseo de cuidar de nosotras mismas y la presión de cumplir con un rol impuesto.

La trampa del castigo y la recompensa

La culpa nos introduce en un ciclo de castigo y compensación. Decimos “no” a nuestros hijos o ponemos límites en el trabajo y sentimos culpa inmediata, lo que nos lleva a compensar con regalos, permisividad o esfuerzo adicional. Nos exigimos ser perfectas y castigarnos cuando no lo somos, entrando en un bucle interminable de autoevaluación y justificación. Cada decisión se convierte en un dilema moral que activa la ansiedad y el malestar físico.

Aprendiendo a poner límites y liberar la culpa

Quiero contarte un caso real. Ella es Ana, una mujer que creció en un hogar disfuncional: su madre bebía para ahogar sus problemas y Ana, a los 12 años, asumió responsabilidades de adulta para proteger a sus hermanos. Cocinaba, limpiaba, los llevaba al colegio… mientras nadie cuidaba de ella. Aprendió a cuidar y estar disponible para los demás, pero nunca para sí misma. Nadie atendía sus emociones, y ella aprendió a ignorarlas para sobrevivir.

Al crecer y formar pareja, comenzó a recibir cuidado y apoyo, pero la culpa la boicoteaba: sentía que no merecía ser cuidada y que debía compensar a los demás con sacrificio y caprichos. Compraba regalos a su madre y hermanos, aceptaba demandas abusivas y se sacrificaba constantemente. Cuando llegó a consulta, Ana aprendió a poner límites primero a sí misma y luego a los demás.

La primera vez que dijo “no”, experimentó tensión física, ansiedad y una oleada de culpa, pero también escuchó otra voz: la de la mujer adulta que le dijo “Esto está bien, elige cuidarte”.

Poco a poco, al practicar límites, su culpa se fue disipando y aprendió a actuar desde la responsabilidad y el amor propio, en lugar del miedo y la obligación.

Liberarse de la culpa: un trabajo profundo y personalizado

Liberarse de la culpa no es solo cambiar el lenguaje o poner límites superficiales; es un proceso profundo y consciente que se adapta a la idiosincrasia de cada persona. La culpa es parte de un mecanismo de defensa que nos ayudó a protegernos y responder a amenazas externas o internas. Observarla, sentirla y comprenderla permite discernir qué parte nos ayuda y qué parte nos limita.

Cómo abordo en consulta este trabajo implica llevar la experiencia al cuerpo y vivir la diferencia entre la culpa y elegir libremente.

Algunas estrategias que incluyo:

  • Sentirla en el cuerpo: permitir que la culpa aparezca y sentir sus manifestaciones físicas.

  • Vivirla y transformarla: experimentar cómo es vivir con culpa y cómo sería vivir sin ella, llevando la diferencia al nivel somático.

  • Atender el mecanismo, no eliminarlo: observar, escuchar y comprender la culpa.

  • Autoconocimiento: explorar las raíces de nuestras creencias, experiencias pasadas y cómo nos condicionan.

  • Encarnarla: integrar cambios internos a través de la experiencia corporal, reconociendo emociones y patrones de pensamiento.

La culpa es un mecanismo aprendido que busca controlarnos y mantenernos en un ciclo de auto-castigo. Reconocerla, sentirla y transformarla a través del cuerpo y la conciencia nos permite vivir más libres, establecer límites saludables y disfrutar de relaciones más equilibradas. Muchas mujeres que han pasado por terapia han logrado transformar la culpa en autoconciencia y responsabilidad, dejando atrás la voz de los “debería” y escuchando la voz de quien realmente son.

Referencias y estudios:

  • El cerebro de la madre: Irene de Torres García analiza cómo la maternidad reorganiza el cerebro y condiciona la manera de pensar y sentir (consalud.es).

  • Culpa en mujeres: Estudios muestran que la culpa se experimenta con mayor intensidad en mujeres, reforzada por normas culturales (animosa.es).

  • Neurociencia de la culpa: La culpa activa áreas cerebrales asociadas a ansiedad y evaluación social (muyinteresante.com).

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